El
restaurante a menos de mitad de su aforo, pero tienes que estirar el cuello
para entender lo que dice el de enfrente. Piensas para tus adentros;
¡Hostias, como el follón éste vaya a más, dentro de poco no escucharé ni al
que está a mi lado! Al poco, te sorprendes asintiendo más de la cuenta.
Probablemente sea para disimular que no te estás enterando de nada. La siguiente
fase es que dejas de disimular y comiezas a beber y a pensar en tus
cosas...
Es normal
que con los restaurantes a reventar, y más en estas gritonas fechas, la gente
sea menos exigente con la acústica. Pero bien pensado, en un restaurante es tan
intolerable la desmesurada reverberación, como podría ser un frío polar, o una
silla con dos patas.
Cuando
empiezo a imaginar las ondas sonoras rebotando por las esquinas, por más bueno
que esté todo, se me revuelven las tripas. ¿No ponen calefacción cuando hace
frío? Que acondicionen entonces la acústica de la sala.